LAS ESCRITURAS

 
Creemos que toda “la Escritura fue dada por inspiración de Dios”. Inspirada en el sentido que los santos hombres de Dios “fueron movidos por el Espíritu Santo” a escribir cada palabra de las Escrituras, la cual se extiende igual y completamente en cada porción de las Escrituras, como aparece en los manuscritos originales. Por consiguiente, toda la Biblia en los originales está libre de errores. Creemos que toda la Escritura se centra en el Señor Jesucristo, en Su Persona y Obra, y fue diseñada para nuestra instrucción práctica. Mc. 12:26,36; 13:11; Lc. 24:27,44; Jn. 5:39; Hch. 1:16; 17:2-3; 18:28; 26:22-23;  28:23;  Rom. 15:4; 1 Cor. 2:13; 10:11; 2 Tim. 3:16;
2 P. 1:21
 

LA DEIDAD

 
Creemos que Dios existió eternamente en tres personas – el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo – y que estos tres son un Dios, teniendo precisamente la misma naturaleza, atributos y perfecciones, y merecen la misma reverencia, confianza y obediencia. Creemos que Dios creó todas las cosas de su sólo poder y libre voluntad. Creemos que Dios creó una innumerable compañía de seres espirituales sin pecado, conocidos como ángeles. Que Satanás pecó y que muchos seres angelicales le siguieron en su caída moral. Mt. 28:18-19; Mc. 12:29; Jn. 1:14; Hch. 5:3-4; 2 Cor. 13:14; Heb. 1:1-3; Ap. 1:4-6; Gn.1:1; Is. 14:152-17; Ez. 28: 11-19; 1 Tim. 3:6; 2 P. 2:4; Jud. 6
 

CRISTO, EL HIJO DE DIOS

 
Creemos que el eterno Hijo de Dios vino a este mundo, que Él manifestó a Dios a los hombres, cumplió la profecía, y se convirtió en el Redentor del mundo perdido. Para este fin Cristo fue nacido de una virgen, y recibió un cuerpo humano y una naturaleza humana sin pecado. Creemos que, desde el lado humano, Él nació y se mantuvo un hombre perfecto, sin pecado a través de toda su vida; más aún el Hijo de Dios retuvo su absoluta deidad. Dios plenamente Dios y hombre plenamente hombre. Creemos que, por su infinito amor a los pecadores, se convirtió en el Cordero de sacrificio provisto divinamente y llevó sobre sí el pecado del mundo, cargando los santos juicios contra el pecado por los cuales la rectitud de Dios debió imponer. Su muerte fue por lo tanto, de sustitución en el sentido más absoluto – el justo por los injustos – y por Su muerte Jesucristo llegó a ser el Salvador de los perdidos. Creemos Dios lo constituyó por cabeza sobre todas las cosas de la Iglesia, la cual es Su cuerpo, y en este ministerio Él no cesa de interceder y abogar por los salvos. Lc. 1:30-35; Jn. 1:18; 3:16; Heb. 4:15; Lc. 2:40; Jn. 1:1-2; Fil. 2:5-8; Jn. 1:29; Rom. 3:25-26; 2 Cor. 5:14; Heb. 10:5-14; Fil. 3:20-21; Ef. 1:22-23; Heb. 7:25; 1Jn. 2:1
 

EL ESPÍRITU SANTO

 
Creemos que el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, habita en cada creyente. Por Su bautismo une a todos a Cristo en un cuerpo, lo cual sucedió en Pentecostés, y que es la fuente de todo poder, servicio y alabanza aceptable. Creemos que Él habita permanentemente en la iglesia, en cada creyente, y quiere morar en plenitud en cada uno de ellos. Creemos que su presencia en este mundo de esta forma especial cesará cuando Cristo venga a buscar a los suyos. Creemos que el Espíritu Santo provee de dones y ministerios a la iglesia, dándolos por gracia a cada creyente, y que es el deber de cada cristiano entenderlos y ajustarse a ellos en su propia vida y experiencia. Jn. 14:16-17; 16:7-15; 1 Cor. 6:19; Ef. 2:22; 2 Tes. 2:7; Jn. 3:6; 16:7-11; Rom. 8:9; 1 Cor. 12:13; Ef. 4:30; 5:18;
2 Tes. 2:7; 1 Jn. 2:20-27
 

EL HOMBRE, LA CREACIÓN Y LA CAÍDA

 
Creemos que el hombre fue originalmente creado a imagen y semejanza de Dios, y que cayó en pecado, y como consecuencia de ello, perdió su vida espiritual y quedó sujeto al poder del diablo. También creemos que esta muerte espiritual, o depravación total de la naturaleza humana ha sido transmitida a toda la raza humana, con la única excepción de Cristo Jesús hecho hombre. Por lo tanto, toda persona que nace, nace pecadora y necesita de la Obra de Cristo para su salvación. Gn. 1:26; 2:17; 6:5; Sal. 14:1-3; 51:5; Jer. 17:9; Jn. 3:16; 5:40; 6:35; Rom. 3:10-19; 8:6-7; Ef. 2:1-3; 1 Tim. 5:6;
1 Jn. 3:8
 

LA SALVACIÓN DEL PECADOR

 
Creemos que Satanás es el originador del pecado, y que guió a nuestros primeros padres a la transgresión, consumando su caída moral y sometiéndolos a ellos y a su descendencia a su propio poder. Creemos que Satanás fue juzgado en la Cruz. Creemos que debido a la muerte espiritual, nadie puede entrar al reino de Dios a menos que nazca de nuevo. Es absolutamente esencial para la salvación recibir la nueva vida por el Espíritu Santo a través de la Palabra. Creemos que nuestra redención ha sido consumada únicamente por la sangre de nuestro Señor Jesucristo, muriendo en nuestro lugar; y que nada ni nadie puede agregar o suplantar la Obra de Cristo en la Cruz, cumplida a nuestro favor. Creemos que el nuevo nacimiento del creyente viene sólo por arrepentirse y creer en Cristo. Creemos que la salvación es por la sola gracia de Dios, y cuando un pecador ejercita su fe en Cristo, inmediatamente pasa de un estado de muerte espiritual a experimentar vida espiritual, y es justificado, aceptado, unido a Cristo, incorporado a la Iglesia y amado por Dios. El salvo puede tener oportunidad de crecer en la realización de sus bendiciones y conocer más profundamente la magnitud del poder divino. Creemos que, debido al propósito eterno de Dios hacia los creyentes, debido al ejercicio soberano de su gracia, debido a la misma naturaleza divina de la dádiva de la vida eterna, debido a la intercesión de Cristo, debido a la presencia regeneradora y constante del Espíritu Santo en los creyentes, todos los verdaderos creyentes una vez salvos permanecen salvos por siempre. Cristo es la garantía de la salvación de los creyentes desde el mismo momento que le recibieron como único, suficiente y personal Salvador. Gn. 3:1-19; Rom. 5:12-14; 2 Cor. 4:3-4; 11:13-15; Ef. 6:10-12; 2 Ts. 2:4; 1Ti. 4:1-3; Lv. 17:11; Is. 64:4; Mt. 26:28; Jn. 3:7-18; Rom. 5:6-9; 2 Cor. 5:21; Gal. 3:13; 6:15; Ef. 1:7; Fil. 3:4-9; Tit. 3:5; Stg. 1:18; 1 P. 1:18-19, 23; Jn. 1:12; 3:16, 18, 36; 5:24; 6:29; Hch. 13:39; 16:31; Rom. 1:16-17; 3:22, 26; 4:5; 10:4; Gal. 3:22; Jn.5:24;17:23; Hch. 13:39; Rom. 5:1; 1 Cor. 3:21-23; Col. 2:10; 1 Jn. 4:17; 5:11-12; Jn. 5:24; 10:28; 13:1; 14:16-17; 17:11; Rom. 8:29; 1 Cor. 6:19; Heb. 7:25; 1 Jn. 2:1-2; 5:13;  Jud. 24; Lc. 10:20; 22:32; 2 Cor. 5:1, 6-8; 2 Tim. 1:12; Heb. 10:22; 1 Jn. 5:13
 

LA IGLESIA

 
Creemos que todos los que se encuentran unidos al Hijo de Dios, resucitado y ascendido, son miembros de la Iglesia de Cristo, la cual empezó en Pentecostés y es completamente distinta a Israel. Sus miembros están constituidos sin consideración alguna a la congregación o no congregación en las Iglesias establecidas en la tierra. Creemos que las únicas ordenanzas que Cristo dejó a su Iglesia son el bautismo individual de los que manifiestan creer y la participación congregacional de la Cena del Señor. Ambos son símbolos de realidades espirituales. Todos los creyentes pueden participar, conforme a sus posibilidades y dones, en la evangelización y la edificación mutua. Mt. 16:16-18; Hch. 2:42-47; Rom. 12:5; 1 Cor. 12:12-27; Ef. 1:20-23; 4:3-10; Col. 3:14-15; Mt. 28:19; Lc. 22:19-20; Hch. 10:47-48; 16:32-33; 18:7-8; 1 Cor. 11:26; Mt. 28:18-19; Mc. 16:15; Jn. 17:18; Hch. 1:8; 2 Cor. 5:18-20; 1 P. 1:17; 2:11
 

LA ESPERANZA BENDITA

 
Creemos que el próximo gran evento en el cumplimiento de la profecía será la venida del Señor en el aire, para llevar consigo a todos los creyentes, a los que estén vivos como a los que hayan muerto, lo que se conoce como el rapto o arrebatamiento de la Iglesia. Jn. 14:1-3 1 Cor. 15:51-52; Fil. 3:20; 1 Tes. 4:13-18;
Tit. 2:11-14
 

EL ESTADO ETERNAL

 
Creemos que los creyentes, ya sea al morir o cuando sean arrebatados, van a pasar la eternidad con El en la gloria para siempre, con cuerpos glorificados. Pero los que no han creído pasarán la eternidad, conscientes de la condenación por causa de su incredulidad, castigados eternamente pero no aniquilados, con la privación eterna de la presencia del Señor. Lc. 16:19-26; 23:42; 2 Cor. 5:8; Fil. 1:23; 2 Tes. 1:7-9; Jud. 6-7; Ap. 20:11-15